J. Ramón Muelas |
foto : Jose Carpita. |
El 8 de Diciembre, fue visitada la Ganadería Hermanos Quintas Parra, uno de cuyos cuarteles asienta en Colmenar de Arroyo, a la cara sur del Guadarrama. Otoño de aguas y fríos, no desmerecía la mañana amenazando encenagar aún más los muy serios barrizales cultivados días atrás, pero como ir a ver toros es el mejor antídoto contra la melancolía propia del tiempo, reinaba el humor al humo de café cuando fuimos recibidos por José Manuel y Emilio Quintas para entrar al momento en materia. Esta ganadería es tan conocida en la Transierra como ignorada en el Duero e íbamos a visitarla precisamente para corregir tal ignorancia pues los toreros populares de Madrid y Guadalajara, clientes habituales, nos habían hablado muy bien de ella y de sus dueños. Acertaban. Trabajan en dos campos; por un lado crían lo heredado de sus padres y por otro efectúan compra-ventas en otras ganaderías, de modo que los cercados son excelente escaparate para el aficionado. Ciertamente, la época era poco propicia, pues en Navidad sólo tienen el pico de la campaña pasada y las aguas y fríos además de quitar kilos y brillo, echan lanas; pero es que las flores de mayo brotan de los barros de invierno. Entramos a dar de comer a los ya impacientes toros. Desperdigados en amplio cercado por cuyo centro bajaba una reguera, oído el motor, se aproximaron chapoteando mientras inmenso bando de palomas zascandileaba sobre ellos a rapiñear el mucho pienso que tiran. Podía más la gula que la prevención, así que apenas daban tiempo para verter en los comederos el carísimo menú de a 50 pesetas kilo, como puntualizó José Manuel. Alguno reburdeaba bajando el hocico al vaquero; prevenido, llenaba y espantaba. ¿Cómo fiarse en medio de tan varia, enfadada y veterana compañía?. Atanasios, santacolomas, “estoques”, núñez, buendías .. aquello era un muestrario de nuestra cabaña brava.
Musitó un torneante señalando primero al tremendo cornipino que nos enseñaba los dientes; luego, al cabezorro furibundo de los viejos atanasios, mirada torva como el judío “Pimentero” y corpachón de hierro; luego un veleto cariembarrado, cariaculebrado, prueba evidente de que el toro es obra del uro y del trabajo del hombre ... en fin, que improvisado comisario de fiestas, ya preparaba la Peña, como conviene a la prudencia. Alimentados los grandes, navegamos barros hasta llegar a los utreros, donde destacaban “patasblancas”, playeros melocotones, retintos caretos en castaño .. una sinfonía de estirpes y pintas caracterizada además de por la cromática, por la mirada. Me decía Emilio Quintas que a la hora del sorteo lo que principalmente preocupa a la torería son los pitones, cuando en realidad debiera preocuparles la culata. ¿Sólo?. A la afición de talanquera lo que verdaderamente le preocuparía sería la mirada : cuerpo, cuerna que se vienen encima a toda máquina y en rectitud, no son ningún problema, basta esperar; pero cuando miran cerrando pupila, pareciendo hablar, entonces aparecen temores atávicos, de aquéllos que hacían salir corriendo a Curro Romero; temores imposibles de dominar porque un pitón o unos cuartos traseros se miden en centímetros pero una mirada diabólica ¿en qué unidades se mide? Fuera cosa del invierno, fuera cosa de Natura, las miradas eran dardos.
La siguiente estación era un magnífico prado salpicado de encina y roca
de granito donde pacían tranquilos los erales adquiridos y propios.
Gente de próxima saca, se les dedicaba lo más noble de la casa y la
atención se notaba en el trapío además de en la furibunda mirada. Pintas
variadas, fenotipos variados, los animales de Quintas se asemejaban a
los antiguos toros de Vicente Martínez que hace más de un siglo ganaron
fama; entre ellos, la “preciosidad del mundo” parafraseando a Luis
Fernández Salcedo, (un Martínez). Encastillado entre regüellos de
carrasca, un eral (quien lo diría!) ensabanado botinero de cara
entrepelada en cárdeno, afilaba pitones restregándose contra los
troncos. Los aplomos, los encajes, el movimiento, la pinta y ese no sé
qué que prescribe la estética taurina, campaban en el animal cuya única
tacha era ser ligeramente bizco, lo que en poco o en nada disminuía su
empaque. Intentamos ver las vacas, aunque resultó imposible pues llegados al prado, la comitiva se sumergió en el monte riscos arriba, valiendo de poco los intentos motorizados para reunirlas. Señaló Emilio las dificultades que tienen con ellas; bravas en el sentido viejo del término, se ocultan entre la espesura a la menor sospecha acudiendo algunas a la golosina del pienso; otras no. Pasadas las dos, tras tomar el vermú se hizo entrega a la ganadería de una placa conmemorativa de la visita. A modo de resumen, la ganadería Quintas Parras puede ofertar extenso surtido de ganado bravo, lo que unido a la profesionalidad, larga trayectoria, amabilidad de sus responsables e interés del ganado propio que crían, la convierten en estación obligada para comisiones de fiestas, peñas etc.. que busquen torada amplia donde elegir y garantía de cumplimiento. Volveremos para la Cruz de Mayo, cuando rebosen los cercados.
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