J. Ramón Muelas García. |
foto: Jose Carpita |
Para acabar el año como le empezamos e ir viendo el ganado que se correrá la próxima campaña 2011, marchamos al alba del 29 camino de la Dehesa Carmona, Riberas de Castronuño. Desperdigaba el Duero sus últimas nieblas sobre el valle verde por la aguas, aunque escaso por las heladas, cuando comenzaron a recortarse sobre el horizonte las muy bien encornadas vacas de Adelaida. Pedían desayuno encaramadas sobre la divisoria de la loma, agrupándose sin prisa al pie de la casa mientras eran revoloteadas por chotos castaños, inquietos, bravucones y curtidos. Un buen rato tardaron en aparecer José Luis Mayoral y su vaquero con el todo terreno agujereado a cornadas, rayado a varetazos y abollado por alegrías de utreros exigentes. Temiendo el ataque en regla sobre el ganado menudo, venían de reconocer las entradas del lobo, que ya este invierno ha hecho su aparición por aquellos pagos; puede parecer mentira, pero aquí se habla del lobo como se ha hablado durante siglos; como de un enemigo astuto, criminal y peligroso, a años luz del noble y simpático animalito idealizado por Félix Rodríguez de la Fuente y canonizado por los funcionarios de la naturaleza. Están por allí, aunque no se les vea. Poca presentación necesitan los toros y la ganadería de los Hermanos Mayoral. Gozan entre la afición de muy buena fama y de seriedad ganada a pulso durante años, a la que añaden la grave cortesía castellana y experiencia para asegurar elevado porcentaje de éxito en el comportamiento de sus reses, de modo que tales calidades les han hecho parte de nuestro verano taurino. Encaramados al tiroteado vehículo, comenzamos la ronda por la vacada que correrá nuestras calles a partir de San Juan; algunas, con chotos; todas, con abrigo de lanas luciendo fría expresión de damas romanas; las Adelaidas se metían encima blandiendo sus generosas cornamentas como las señoras muestran sus joyas, con estudiada desgana, como si fuera azar y no voluntad. En el siguiente cercado paraban los añojos de la casa y un pliego de cuatreños largos. Espectacular el berrendo en rojo de Paco Galache (patasblancas en rojo, rara avis) que ya debe tener algún novio; recios y hechos los rojos; a punto los dos elementos que llevan los arroperos el día 22 a Sieteiglesias. Y decían que eran dos utreros!. los “utreros” son bajos de agujas, anchos de pecho y cara, pasan de los 500, se plantan avisando y no hay que ser arquitecto para concluir que con esa culata y esas manitas te levantan el parapeto a poco que se lo propongan : Iremos a Sieteiglesias. Cuestas adelante llegamos a la vacada de la casa, donde predomina el tostado, la mirada fija y chinesca de lo santacolomeño y un obrar nervioso que no deja dudas sobre la irritabilidad, inteligencia y malicia del género; de éstas sale lo más florido del hierro. Tras ellas, en cercado aparte, los utreros. Están reñidos entre ellos, guardándose distancias para esparcir mejor el malhumor e inspiran tan poca confianza que José Luis Mayoral se ve obligado primero a golpear la chapa del coche; luego, a bajar estaca en mano para espantar a un par de ellos que se acercaban con malas intenciones. Jaboneros antiguos y lanudos de la “La llave”; un hermoso careto Hernández Plá, rojos, azabaches y cerca del arroyo, solo y cornalón, un tostado del siglo XVII que causa admiración, nos mira diciéndonos que dejemos el desayuno y nos vayamos. Fueran las heladas de estos días, el cambio de pienso, el olor a lobo o la poca urbanidad , la tensión campeaba en la boca del valle. Para finalizar, visitamos la punta de vacas que anida en el escobar; aquí la cosa cambia; todo sosiego, subían las veteranas jaboneras de “la llave” buscando el pienso sin prisa, aunque no tardó en aparecer otra bronca; ahora, un utrero salpicado quería pegarse con el berrendo en rojo dando ambos de cabezadas a la alambrada que los separaba; nuevos golpes, voces, acelerón del coche para separarlos e intervención afortunada de los perros, uno de ellos medio cojo al ser atropellado por un tractor pero que corría el tío como Aquiles. ¿Cómo?: comiendo pienso de toros. Es perro catador que hociconea en los comederos para verificar la calidad del rancho. Husmea, cruza la lengua, mira al cielo y pasa al siguiente bidón; más que necesidad es desplante con tinte de gula; farol ante los toros para hacer notar que es un bicho veterano en “La Carmona” y que la veteranía bien merece ese privilegio de comer el primero. Tras dar de comer al hambriento nos fuimos a hacer lo mismo en el Restaurante Mayoral, donde la cazuela de oreja quita fríos, cura gulas, fuerza a dudar de la cocina deconstructiva y es el mejor complemento para revistar la temporada que pasó y vaticinar la que se avecina. En resumen, lector, nada nuevo; como todos los años, Mayoral tiene tela en La Carmona; este año, además, tela de hermosas pintas que siempre realzan la bravura y la fiereza por lo que no han llegado los Reyes y ya anda alguna comisión rondando aquel fiero balcón del Duero.
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