En
el término de Alcalá de los Gazules, cosa de 10 km al sureste de
Torrestrella, se halla el pago de las Covatillas. Agua,
alcornoques y carrasca entreverados con labrantíos sobre suelos
desquiciados por las escorrentías. Retintos somnolientos tumbadazos
al pairo de alambradas mientras su corte de espulgabueyes les atilda
en su spa particular. Nubes volantes que ponen los pelos de punta a
Poli, el conductor de nuestro autobús, temeroso de quedar clavado
tras cualquier recodo. Gris verdoso en la mañanada de Ánimas
mientras avanzamos a buscar la ganadería de Ana Romero, hoy al mando
de Lucas Carrasco: Santacolomas, uno de los encastes malditos.
Y sin embargo, parece que ésta línea del conde goza de mejor fama
que otras colegas o por lo menos el Juli no la hace ascos, toreando
de vez en cuando a los cárdenos; según unos porque es el modo de
demostrar quién manda en la montera; según otros, porque le resulta
muy satisfactorio variar la técnica rutinaria aplicada a los domecq
cambiándola por otra (al alcance de pocos) de mayor nivel técnico, y
disfrutar así gobernando la embestida de un género que mira,
recuerda, hay que sacárselo y puede presentar irregularidades a la
hora de meter la cara, pero que se declara nada más pisar la arena,
resulta perfectamente toreable, llega a los tendidos, los activa e
induce a ser generosos.
Por supuesto que el encaste ha causado accidentes tan notables como
el de Tomás en Méjico o el de Padilla en Zaragoza, pero también ha
propulsado grandes triunfos; ahora mismo los jurados de Zaragoza han
premiado al Juli, a Padilla y como toro más bravo, a ”Flameado”,
de Ana Romero, un cárdeno abrochado en alfileres paradigma del
encaste.
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Las Covatillas es un caserón cuadrangular que vierte sobre el patio
central manteniendo el diseño de las villae romanas. Blanco,
austero, sin la menor muestra de ostentación, asemeja al centinela
solitario de puesto en la mesetilla del suave cerro que domina los
cercados del entorno; en ellos, 120 vacas y cosa de cinco corridas
esperan seguir cosechando éxitos … del Duero arriba; por ejemplo en
Zaragoza y Bayona, donde hoy se les considera indispensables.
Un bulldog tan cortés y amigable como es norma general en las
ganaderías bravas, y dos niños montando venerables cabalgaduras, son
el pacífico comité de recepción que comparte rancho con nosotros
sobre el brocal de inmaculado pozo. La yegua y el caballo -a cual
más vetusto- ya no sirven para zafarse de arrancadas, pero sí para
que los futuros ganaderos comiencen a instruirse con apenas cinco
años; resultaba admirable verlos componer el paso cuidadosos de no
desmontar a los pequeños jinetes.
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Visitar la ganadería tiene su música; las lluvias han convertido los
caminos en barrizales y los toros siempre están revueltos,
arrancándose contra lo que les resulte novedoso, contra otros
congéneres .. contra todo; de modo que la única forma de evitar
accidentes es fragmentar el terreno en innumerables y pequeños
cercados comunicados por laberinto de pasillos y distribuidos
simétricamente respecto a un centro. En cada cercado, dos o tres
animales compatibles; es decir, que no presenten problemas de
ambición jerárquica.
Los comederos dispuestos a pie de alambrada facilitan distribuir
paja y pienso sin necesidad de entrar. La cerca, omnipresente,
formada por traviesas de encinas con piqueta de hierro entre cada
dos y alambre de espino cruzado, sólo necesita el cartelillo rojo de
“peligro: minas”, para ser idéntica a aquellos blocaos
marroquíes del 1.915.
Lucas
Carrasco complica tanto la distribución del espacio porque se lo
recomienda la experiencia.
Emprendemos el ascenso hacia los cercados escoltados por los niños,
apiñados en la caja adaptada al hidráulico del pequeño tractor;
medio incómodo, pero el remolque parece poco recomendable a tenor de
los barrizales en pendiente. Marca la frontera del toro un crucero
blanco, deslumbrante sobre el verde del suelo y el negro del cielo;
a partir de ahí, quietud y silencio, recalca el vaquero conductor
que -conociendo el género- parece poco amigo de oficiar como guía.
Una pareja de erales cárdeno claro mastica paja como si fuera
chicle; inmóviles, nos miran fijamente hasta que uno comienza a
amagar. Más parece broma que veras, pues otro zaino ibarreño de
notable flequillo, sigue a lo suyo sin dejar de mirarnos. Más
adelante, un “buró” al menos cuatreño, cárdeno claro lavado,
axiblanco, algo capacho y con dos puñales, (aunque bastante cortos),
muestra que en este restaurante se como muy bien. Es un Santa Coloma
particular; tiene de Saltillo lo badanudo y la cabeza escasa y
cariarratada unida a un cuello corto; pero el cuerpo orondo, amplio,
musculado y poderoso, ni es Saltillo, ni es Ibarra. ¿Asomará el gen
Murube?.
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Los Ana Romero proceden de la fusión de la vía Buendía con la Alipio
Pérez Tabernero. Buendía lo adquirió del bárbaro del Conde y de
inmediato procedió a bajar fiereza, cabeza y cuerpo, manteniendo
bravura merced a potenciar lo asaltillado. Don Alipio, que criaba
Murube, lo adquirió de su hermano, el no menos bárbaro Don
Graciliano, y también se adaptó a la moda del tiempo dulcificando el
género. Este Ana Romero funde lo asaltillado –pinta incluida- con lo
murubeño.
Hermosas retintas deambulan a su aire entre chumberas contrastando
su rojo oscuro sobre la sinfonía de verdes y el giro futurista de
los molinos de viento; las usan a modo de cabestros para atemperar
furores, lo que no siempre consiguen.
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Esos dos han roto la alambrada esta mañana y ya han dado
problemas.
Musita el
vaquero como si la cosa fuera el pan nuestro de cada día; de
inmediato, da la vuelta regresando crucero abajo hacia un cercado
donde chotos bravos y de carne disputan el pienso a los grajos. Aves
carroñeras antaño omnipresentes, las pocas que quedan se han vuelto
omnívoras gracias a la ecología; parecen esmirriadas, han encogido
al cambiar de régimen alimenticio pues en los campos ya no hay
bichos que zampar. Si muere una chota es obligado certificar la
defunción y trasladar el cadáver conforme al protocolo legal
(pagando, claro está). Y menos mal que los del progreso son
aconfesionales; si no, poco tardarían en exigir funeral de corpore
insepulto con tres curas.
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Tras el portón de los chotos nace un pasillo largo, estrecho,
flanqueado de cercados donde las parejas y tríos de toros se ponen
en guardia al escuchar el carraqueo del motor. Un utrero saltillo de
perfil cóncavo y ojos chinescos se aproxima olfateando; no le gusta
el aroma a gasoil, gira, marcha a sus negocios.
Más adelante, un bicharraco cárdeno macizo tensa orejas e inclina
cuello; lo mismo hace el colega oscuro con un pitón enfundado, sólo
que éste amaga la arrancada. Parece que se viene
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No podemos seguir. Se van a arrancar. Para estos no existen
las alambres.
Dicho y hecho,
el vaquero da marcha atrás. Se acabó la función.
Tras la
entrega de obsequios a la ganadería y la foto de familia, salimos
con prisa tratando de adelantarnos al diluvio que descresta Cerro
de las Abejas abajo.
Santacoloma, el toro diferente que poco a poco se extingue, tiene
dignos representantes en las Covatillas.