J. Ramón Muelas García. |
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El domingo 25 se presentó en la “Afición Vallisoletana” el libro de versos “Padre, a los toros… que ya he vivido”, obra del poeta Ángel Luis Sánchez. Como el buen paño en el arca se vende, el paño vino expuesto en arcón de rapsodia y música, corriendo la primera a cargo de Juan José Márquez; la segunda a cargo de los Núñez, Daniel y Marcos; un violinista (de trece años) y una guitarra, y mostrando el género Santos García Catalán. Siendo la tauromaquia (si hay toro) cabeza de las bellas artes, parece de razón que sea apoyada por las hermanas cuando llega el momento de transmitir impresiones del coso lejos de él; de ahí que poética, rapsodia y música se aliaran bajo las venerables paredes de la Afición, donde fotos, carteles y recuerdos compendian un siglo de torería vallisoletana, para remover la sensibilidad de los aficionados. Con estas premisas dio comienzo una jornada dedicada en el corto plazo al deleite y en el largo, a la reflexión.
La voz segura del doctor Márquez empastaba con el solo para violín del concierto nº 2 de Bach que Daniel rasgaba mirando a los altos.
Ignoro si al viejo maestro de canto y latín, luterano amigo de lo perfecto, le habría agradado envolver sus notas entre percales rojos mitad católicos, mitad paganos, pero al público presente sí le agradó y mucho. Se nota cuando los aplausos son de cumplido y cuando son de veras.
Siguió el Ave María de Schubert, óptimo marco para definir el verbo torear. “dominio y hondura sobre el poder de la belleza”.
No sobre la belleza, sino sobre su principal cualidad: El poder.
Daniel, el vienés Schubert y el poeta Sánchez, proponían la
extraordinaria definición de lo que es torear; pura contradicción
metafísica; simplemente, dominar lo bello hondamente; y hondamente
remite a los fondos del hombre, al territorio de la escatología, a
labrar la obra de arte en el filo de la guadaña renunciando a la
marca de fábrica de todo lo viviente: El instinto de conservación.
“Erguido, craneal, tuvo el
hombre que hacerse Hondura es el yo del guerrero que abjura del animismo, de la igualdad universal; se planta y para demostrarlo, baila la danza triunfal forzando al rey; aunque en tal rigodón el de lo negro pueda reventarle. Ni sexualidad frustrada, ni complejos semíticos exigentes de chivos expiatorios, ni zarandajas: Aquí se busca el puro placer humanista de dar un golpe de estado al orden natural para sentir el peso de la corona durante un instante: el que gasta el toro en pasar; luego: “El toro muere en el
hombre. Como la poesía mueve a cavilar y tal ejercicio es imposible practicarlo demasiado tiempo, se nos dio descanso holgando con lucidas ejecuciones de los Núñez, quienes finalizaron tocando una versión magníficamente interpretada del siempre difícil Tico-tico. Ángel Luis Sánchez cerró el acto leyendo alguna pieza más del libro gestado en torno a la figura de su padre, el torero “Finezas”. Unos versos traerán a la cabeza del lector el momento angustioso e incierto del correr pasillos de hospital adelante con el cuerpo taladrado sin saber si es puntazo o cornada: “Por callejones de tórax
Otros, contrapunto de los anteriores, describen el idílico -aunque inquietante- atardecer en las dehesas: “Cuánta salud sin ruido!,
cuánta calma O esa oración a los manes de los antepasados que tan bien conocen los lanceros: “A todos vosotros No cabe duda que los poetas saben hilar fino y llegar lejos, pero hay que leerlos despacio. Eso haremos.
El aficionado interesado podrá hallar la obra en la Fundación Juan José Márquez (http://www.fundacionjjmarquez.org/) donde además de sus desinteresados trabajos médicos a lo largo del mundo entero, también se ponen la montera.
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