No sabe uno qué le causa mas tristeza, o indignación, si que 
					un decreto ley prohíba el Toro de la Vega tal y como lo 
					conocemos, imponiendo desde arriba, y por las bravas, el fin 
					de un festejo con 500 años de historia; el que esa decisión 
					la haya aprobado el gobierno autonómico del PP, un partido 
					que supuestamente defiende, o defendía, la tauromaquia como 
					parte de nuestro acervo cultural o que el lamentable 
					cerrojazo a una parte de nuestra cultura pretenda 
					justificarse, precisamente. como la mejor forma de preservar 
					la tradición. 
					     
					Esto último sería como para que los vecinos se rieran un 
					rato si no fuera parque en Tordesillas no tienen el cuerpo 
					de jota, ni ánimo para aguantar exhibiciones de humor negro. 
					En una excelente muestra de neolengua, se nos explica que la 
					mejor forma de garantizar que la tradición siga viva es 
					terminar con aquello que hace que sea lo que es, con su 
					singularidad. Así, convirtiéndola en otra, travistiéndola, 
					ahora que esta tan de moda, logramos conservar su verdadera 
					identidad, que no es la que habían definido, 
					equivocadamente, los vecinos durante medio siglo de práctica 
					y vivencia, sino la que los preclaros expertos de la Junta 
					han decidido que sea «por su bien”. 
					      
					Se apela al conflicto entre el festejo tordesillano y la 
					sensibilidad de nuestro tiempo. Como si La sensibilidad de 
					los tiempos fuera garantía de virtud. Sin duda, quienes 
					legislaron históricamente contra los homosexuales estaban 
					conformes con el sentir de su época; como lo estaban los que 
					defendían la esclavitud o la limitación del trabajo 
					femenino; o quienes calificaban al arte de vanguardia como 
					arte degenerado o quienes decidieron ponerles una cruz 
					estigmatizante a los judíos. 
					      
					Todos ellos, en efecto, actuaban en sintonía con el sentir 
					de su tiempo y envueltos en esa bandera atropellaron a 
					aquellos que tenían unos gustos o preferencias minoritarios. 
					Como hoy. El problema es que creíamos que la democracia era 
					ser conscientes de esto, y respetar alas minorías, a todas, 
					y en vez de eso nos encontramos con políticos y opinadores 
					que proclaman que lo más moderno es imitar a Franco y volver 
					a prohibir la fiesta. 
					     
					El del Toro de la Vega es un conflicto más estético que 
					ético, a poco que se mire con un poco de rigor y 
					perspectiva, y se recuerde que matamos al año cientos de 
					miles de reses - algunas de ellas como los corderos, con 
					menos de un mes de vida- y no para alimentar a niños 
					famélicos, necesitados urgentemente de proteínas, sino por 
					el gusto y placer de comer carne. En ésta, como en tantas 
					otras cuestiones de la vida, conviene diferenciar la 
					apariencia de la sustancia, como tantas veces nos 
					recomendaba el recientemente fallecido y añorado historiador 
					Emilio Rodríguez Almeida.
					 Solo 
					nos queda confiar en que sea cierta la afirmación de 
					Cervantes en el Persiles: «La verdad puede enfermar, pero 
					no morir del todo”.. Hoy, desde luego, está gravemente 
					enferma.