JUSTICIA TRAIDORA (romance toroveguista).

 Jose Antonio "Garañeda".

 

 

 

Cabalgaba soberana
 la reina, doña Isabel,
por sus castellanas tierras
sobre un hermoso corcel.
 Cabalgaba resguardada,
camino de Tordesillas,
de un capitán valeroso
y tres cumplidas doncellas.

 ***

Cercana ya a aquellos predios,
como estaba muy preñada,
se halló en la necesidad
de echar pronta una meada;
 y, entre unos albares pinos,
que más que pinos pimpollos,
quiso proteger sus honras
de importunos y curiosos.

***

Mientras se hallaba en tal trance,
un toro muy grande y fiero
 acechaba no muy lejos
 con ojo fijo y certero.

***
Dispuesta ya a acometer
 con sus afilados cuernos
la bestia a tan real gente,
con aspavientos y gritos
citó osado el caballero
al descomunal morlaco
que, con furia codiciosa,
 desviándose del blanco
de su primera intención,
arremetió por instinto
fijando en él su atención
 como en las nubes el viento.

***

Tan impresionantes fuerzas
 hacen por el capitán,
quien, con astucia, soltura
y muy denodado afán,
antes de descabalgar,
se toma la libertad
de apartar hasta un lugar
con mayor seguridad
 animal tan singular.
***

Es tan brava su bravura,
tan noble su porfiar,
que más parece locura
liquidar tan gran peligro
 sin disfrutar su hermosura.
Y así, sin permiso regio,
sin tomarse con premura
 desnudar el su acero,
ante la tensa mirada
de Isabel y sus doncellas,
en la palenque arenada
ambos, jinete y caballo,
con los cuernos afilados
 de aquel toro improvisado,
caballo y jinete ambos,
 juegan en el laberinto
 de la vida y de la muerte
 bajo el cielo castellano
 que aquel lugar les promete.
***
La reina, que está extasiada,
 sustraerse a la efusión
que su sencilla compaña
con aplausos y emoción
expresa con gesto ufano
 le resulta tan difícil
que no puede,
aunque lo intente,
sino ver y consentir.
 ***
Mas, si el destino es incierto
 porque el camino lo exige,
siendo real, no permite
donde digo Diego, dije.
Acabada la faena,
el capitán descabalga
de su montura en la huebra
portando en mano su adarga.
Luego, espanta al su caballo,
que, entre respingo y respingo
pone campo de por medio
 buscando encontrar alivio.
***
Tan blando es el arenal
que pensar salvar la vida
más parece necedad
que sapiencia en tal partida.
 Y, aun sabiendo el caballero
qué peligro tal entraña
 torneo tan desigual,
se empeña tanto en la hazaña,
que nadie en Castilla hubiera.
 *** –
 - ¡Vamos raudo, don Hernando,
 que en Tordesillas aguarda
mi marido, el rey Fernando!.
exclama la reina llena
tan de priesa como inquieta.
***
El capitán le responde
con la su lanza sujeta,
postrado rodilla en tierra,
aguardando al animal,
que, con suprema fijeza,
 no le deja de mirar.
***
Insiste con nuevas voces
 don Hernando. Y, a la cita,
estando muy encelado
en tan fatal embestida,
 la encara el toro engallado.
Templado, Hernando la espera
 con frialdad y firmeza,
hincado el astil en tierra
de su lanza consagrada.
 Agarrándola con brío
 sus sendas manos, muy prietas,
aguanta quieto en su sitio.
 E impávido, el buen soldado
hacia él ve venir la fiera
entre una nube de polvo
con frenética carrera,
mientras sus fosas nasales,
con bufidos singulares,
dejan percibir el ruido
del aire de sus pulmones
que, como volcán, exhala
tal cual gigante zaíno
que parece negra noche
 más que sin par desafío.
***
 

Apenas el capitán
dispone el tiempo preciso
para encomendar a Dios
el alma con un suspiro;
pues es seguro el momento que,
por cumplir su deber,
sabrá quién ha de morir
o vivir, si es menester.
Tiene tan tensos sus nervios,
 el corazón tan somero que,
más que un momento varios,
por interminables, fuesen,
esperando en el encuentro
que favorezca la suerte
al concurso más honesto.
Pues, ¿hay afán más honesto
 que entregar gratis la vida
 sin esperar nada a cambio?
 ¿Que entregarla por Castilla?
***
Ahora, el toro y Hernando
 miden su poder final
 en el palenque pinado
de la villa muy leal.
Es un instante de gloria,
que comparten fiera y hombre,
 enfrentados en la arena
por defender su buen nombre:
el uno por su bravura;
y por su valor y honra
 la altivez de un capitán
 que nada exige ni espera;
sólo saber que es grandeza
 de aquesta reina de España
reconocer las proezas
 y la calidad de entraña
de gente tan castellana
como sus fieles soldados;
 los que han a gala servirla,
 como a la cruz de sus pechos.
 ***

Tan grande fue la impresión
que a doña Isabel produjo
 aquél heroico acto,
que al instante se introdujo
 en su garganta un silencio
muy profundo, tremendo,
 por creer que don Hernando
 en tierra yacía muerto.
***
Descuidad ¡oh! mi señora
 –dijo Hernando con resuello
 acelerado– ; que un rayo
podrá partir este cuerpo.
Aunque “bestias”  más sangrías
sucumbieron a mi lanza,
curtidas en mil percances
en los campos de batalla.
***
 Siguieron todos camino.
Al llegar a Tordesillas,
 entrados ya en palacio,
quiso la reina sus dichas
 referir al rey, Fernando.
 Y, tras darle buena muestra,
 sin eludir los detalles,
 de lo acaecido en huebra,
 por unánime acordaron
que tan heroico acto,
por no quedar en olvido,
 fuese menester fijarlo
 en las crónicas y libros;
 porque el pueblo recordara
tan memorable jornada
no como hazaña cualquiera,
sino como muestra clara
 del valor y de la enseña
que los hombres de Castilla
 arrostran en sus empresas.
 ***
Tras celebrarlo con justas
de sus regios caballeros,
los esposos anunciaron
 que de allí a los venideros,
sin fallar reinado ni año,
fuese un toro celebrado
 en memoria de tal día
 y en honor a don Hernando.
 Y que por nombre se diera
 a tan honroso torneo
 el apellido más noble
 del más noble caballero.
 ***
 A partir de aquella fecha,
sin que ninguna fallara
 torneo tan singular “de la Vega” se llamara.
Y en los venideros siglos,
 reyes, nobles y pecheros
celebraron aquel rito
 bajo el techo de los cielos,
 orgullosos de portar
 en sus venas los destinos
 de signos tan imponentes
como Castilla y sus fueros.
***


Mas, hete aquí, buenos homes
que, aunque los siglos corrieron
 bajo la recta justicia
de aquellos que nos cedieron
 tan impagables trofeos,
otra de más baja estofa,
sin honor ni diligencia,
oculta bajo la capa
 de la noble libertad,
 vino a robar tan gran prenda
al pueblo de Tordesillas,
haciéndole gran afrenta
al negarle tal derecho
en nombre del “buen gobierno”
y de un clamor popular,
que, más que clamor, fue infierno,
 insensatez domeñada
 por quienes quieren que España
 vuelva a ser tierra de nadie
 y selva donde se medra.
 ***
Así, desde aqueste día,
viven los tordesillanos
un sinvivir todo el año,
aguardando cual villanos
que se les haga justicia
donde justicia no haya
 que pueda reparar daño
por la injusticia causada.
Y hoy, bajo los corceles
de tan infames tiranos,
sucumben las esperanzas
 de las almas de los sanos;
 los que por fidelidad,
a quienes perciben sisas,
prebendas y pleitesías,
 como pago a sus vilezas,
sólo cobran bienestar
de la cárcel de sus vidas,
que es cárcel por demandar
 lo que debieran sus cuitas.
***
 No sigáis, viejo juglar,
que no tenemos alientos
para pagar el empeño
que ponéis en vuestros versos.
 ***
 No temáis, buen castellano,
ya me pagarán los vientos
cuando me canten por boca
 de las viejas y sus nietos;
 que, aunque arrasen desta historia
 hasta sus mismos cimientos,
 siempre quedará quien guarde
 memoria cierta de ellos.
 

 ***
Así, por su lealtad,
cobran los tordesillanos
 mientras les hurtan su honor
 atados de pies y manos.
 Y así esperan la justicia
 por vileza tan impune:
soñando con la JUSTICIA
que, en la injusticia, les une. 

Patronato del Toro de la Vega. Tordesillas (Valladolid)