Amaneció el sagrado Martes de la Peña tras una noche de recias
aguas. Ya era hora que los chopos bebieran, los toros se
lavaran la costra de polvo reseco y los hombres holláramos
barbechos preñados. Tal bendición la había traído el Toro Vega
como el ánima de D. Juan de Padilla trae la borrasca de abril.
¿Qué no fue el Toro, sino el cambio climático? … ¡Estudia
termodinámica, muchacho; y algo de paleografía que te permita
leer los viejos papeles!.
Día
fasto, era cosa de principios celebrarlo; y así obramos como si
nada hubiera sucedido estos años atrás: Cayada. Vísperas de las
11 en la Plaza Mayor. Copa de Castellana dulce, seca, que
sabe a diana, talanquera, verano y toros. Bomba real que te crió
desde el medio de la Plaza y suelta de un Toro Vega perlino ...
de poliéster.
Carreras por San Antolín y el Empedrado tratando de no resbalar;
luego, el Puente … aplaudían los conductores.
Años de prohibición, virus que enferman al mundo entero, deuda
pública que pone los pelos de punta, despoblación física y
moral, histeria colectiva, horizonte cimbreante de espejismos,
fallos cimentales y en medio de tanta zozobra, el Toro Vega
sigue bajando la puente de Tordesillas el Sagrado Martes de la
Peña: Sólo la tradición resiste e ilumina las tinieblas.
¿Que el
toro era de poliéster? .. ¿Y qué?. Abundat pectus Laetitia,
rebosantes de alegría, a cada paso que dábamos sobre los lomos
de la vieja puente descendíamos un escalón temporal regresando a
tiempos pasados, e iban aflorando las impresiones sentidas por
nuestro mayores en los duros trances similares al presente:
Miedos cimentales, voluntad de vencerlos.
Al pairo de la carrera despertaban algunos engramas, esos
conjuntos de neuronas coordinadas que activadas, son capaces de
devolvernos la información acumulada en nuestro genoma por los
antepasados y que te procura la satisfacción impagable de sentir
lo que sintieron, de ser parte de una cadena coherente en el
tiempo, de que no eres un pobre tonto cimbeleando en
determinadas coordenadas espacio temporales, sino un hombre con
nombre, apellidos, patria y tradición, cosa que al parecer en
estos tiempos de aldea global molesta mucho a los aldeanos.
¿Qué aún no hemos elucidado las moléculas orgánicas responsables
del funcionamiento de los engramas, ni la naturaleza del flujo
responsable de la comunicación interneuronal? … bueno, en el
fondo da igual: Corres al toro y te transfiguras como Nuestro
Señor; es decir, te muestras a ti mismo tú naturaleza
intemporal; ves nítidamente los eslabones de tus mayores que te
configuran y cuando aquello acaba está más contento que unas
pascuas. ¿Cómo funciona?, aún no lo sabemos, pero funciona y es
lo que importa.
En los
monolitos del Cristo esperaba un lancero armado. No sé quien
resultó más sorprendido, si él o nosotros. ¡Otra vez nuestros
lanceros inmortales!.
¿Qué la
lanza era de madera? .. ¿Y qué?. El viejo Platón, los animistas
africanos, indios (de Indias) e hindúes, australianos etc .. y
posiblemente nuestros mayores vacceos, decían que cada ente de
este mundo es mera transcripción de su original o idea, y en el
concepto ente cabe todo lo que existe o puede existir, también
las lanzas, como arma y como símbolo de las ceremonias guerreras
de un Pueblo, así que el lancero se sumó a los torneantes y
marchamos Cañada de Foncastín adelante hasta llegar a las
banderas sin bandera (hasta eso nos han arrebatado) que señalan
el Límite Anterior del Palenque.
El Toro
de la Vega fue alanceado. Un oficiante convocó a los torneantes
y lanceros de todos los tiempos para que salieran del pinar y de
los arenales y se sumaran a nosotros.
Vinieron. Brindamos por nuestras tradiciones y bebimos el
centenario vino que sólo se hace para este día.
Así
finalizaba un torneo con toro de poliéster, lanzas de madera y
fe a raudales que nos garantiza perdurar, sobrevivir a la
confusión, a la contradicción y a lo mantequillesco. Un año
menos para que el tiempo barra tanta bobada y coloque a cada uno
en su sitio.