Este cartel trata sobre la mirada del toro y sus efectos.
A los toros no se les mira a los ojos: Se les mira al ojo.
Si están paciendo tranquilos te devuelven la mirada tan
insensiblemente como lo haría el Discóbolo de Mirón: Puro, frío y
viejo mármol; luego, cuando han entendido que estás estorbando, al
punto se desentienden y siguen a sus cosas. Caso de no
entenderlo y ponerte pesado tensará orejas, variará pupila y creerá
haberte advertido: Estás entrando en su terreno y serás atacado o
–si le coges de buen día- dará la vuelta y se alejará de ti.
Si para tu desgracia has caído en su poder al revoltijo de polvo y
astas oscilantes, el ojo del ahora diablo convergerá enfocando hacia
ti y tú sólo verás una bola entre blanca y rosa agitada, resoplidos
que suenen a sábana rota y el silencio total que en la Naturaleza
anuncia a la muerte.
Tanto en uno como en otro caso extremo el globo ocular parecerá
barnizado en satinado; esa extraña luz pegajosa es la llave capaz de
desencadenar en tu subconsciente emociones oscuras que parecen venir
de muy lejos. El problema es que intuyes, pero no descubres con
nitidez el sentido de esas emociones; bucólicas, si reinan las
paces; ardientes, si estas combatiendo.
Podríamos conjeturar que ese marco emocional responde a una
disposición bioquímica recibida en tu genoma que se activa cuando
miras al toro y te mira; generado en tus antepasados cuando se
relacionaron ceremonialmente con los bovinos, ha llegado hasta tí.
Al menos hacia ahí apunta la arqueología; de hecho el yacimiento
turco de Göbekli Tepe contiene el templo más antiguo levantado por
homo sapiens hasta el momento; se cree fue construido hace 11.500
años, abundan los huesos de bovinos y en uno de sus
monumentales pilares trapezoidales está labrado un toro bien armado,
el hecho de aparecer asociado a animales peligrosos nos advierte
sobre la consideración en que ese bovino era tenido.
Mas claro, aunque más moderno, 7.000 a.C. aprox., es el caso de los
santuarios de Çatal Höyük en Anatolia, donde numerosos bucráneos de
barro llevan puestas auténticas cornamentas de bovino. Ignoramos el
sentido profundo de bucráneos y relieve pero parece evidente la
relación entre lo inmaterial y las encornaduras en estos lejanos
tiempos; dado que no utilizaban metal ni –posiblemente- dominaban la
ganadería, lo más probable es que estemos ante hechos de caza a
punta de flecha o lanza de silex magníficamente tallado. Y eso deja
huella profunda.
Todos recordáis algunos momentos vividos en el Inmemorial Torneo o
en otros toros ceremoniales. ¿No los relatáis en cuanto surge la
ocasión?. ¿No os sentís orgullosos de vuestra reacción?. ¿No os
acompañarán hasta el sepulcro?. Díganlo lanceros tordesillanos,
espantadores saucanos y la lista interminable de toreros
tradicionales curtidos en nuestras villas y lugares. Y eso … ¿Puede generar alguna molécula orgánica o grupo asociado capaz de
marcar secuencias que llegado el momento de la multiplicación pase a
los descendientes?. ¿Una mutación genética a lo divino?. ¿Se hereda
el revolcón de ánima que sentiría el cazador anatólico viendo a la
bestia caer de flanco … o al colega roto de una cornada?. Luz
satinada y recuerdos tan vagos como profundos.
Perfilarlos y hacerlos emerger era consecuencia
inmediata de tornear en el Inmemorial Torneo a cualquier nivel, desde el mirador del Palacio
hasta el infierno de la Vega pero ese conector de momento nos le han
robado para “civilizarnos”. Es la represión roussoniana que
disfrutamos. Nuestra Señora de la Peña nos asista.
Tras estas elucubraciones hacer un cartel es más fácil: Se toma una
foto de Jose Carpita, a ser posible de cinqueño malencarado a la
búsqueda de presa que merendar. Se la inunda de luz satinada
brotando entre tinieblas. Se la contrapuntea con pardos y negros
azulados, colores del combate nocturno. Se matiza el globo ocular
-servirá de punto de atracción- haciendo reflejar talanqueras,
contraluces y líneas que le hagan similar a una cámara térmica, algo
casi extraterrestre, y se planta la literatura anual: Inmemorial
Torneo, nada de espectáculo, ni similares tontunas forzadas por la
tocinillería de los tiempos. Ya está el cartel. Juzgue el torneante.