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CUENTO:

Título: DE ROMERÍA A LA PEÑA... Y UN TORO VEGA

Autor: Jesús López Garañeda.

La abuela había levantado pronto de la cama a los niños y, mientras las mujeres aparejaban una cesta con la merienda, una buena damajuana de vino de Deogracias Gutiérrez, que vale a 5 reales el cántaro y los hombres las cabalgaduras, prácticamente en diez minutos todo el personal estaba dispuesto para salir camino de la romería. Era el domingo de la Peña.

bulletNo te olvides, hija, de las velas para la Santísima Virgen de la Peña; que tengo el gusto de ofrecerlas todos los años.
bulletNo, madre - contestó la hija mayor- están envueltas en el papel de estraza.

La abuela, que es quien había inculcado desde pequeños a sus hijos e hijas la devoción por la Virgen nacarina, recordaba mientras rutaba recogiendo la casa y los chiquillos salían el día tan grande e importante de la festividad que se celebraba. Su costumbre, siguiendo una inveterada tradición heredada a su vez de sus mayores, era partir al Santuario a honrar a la Virgen, compartir allí la comida con toda la familia, bailar la dulzaina y pelar la hebra con vecinas, parientas y conocidas. Entre tanto, su tarareo era: "Para ser tordesillano, no hay que faltar a la Peña...".

La cesta de la merienda que pesaba la colocaron en la albarda del burro, colgada de un saliente que había preparado el abuelo para casos así. Un aroma suave a fritanga, longaniza, queso y hortalizas se extendió por toda la casa.

bullet¡Qué bien huele!- exclamó un zangolotino de los niños, al que lo mismo le daba haber dado cuenta hacía unos instantes de un buen chocolate con churros.
bullet¡Qué hocicón es este niño!- decía el abuelo, mientras liaba un cigarrillo de picadura-. ¡Ay que joderse!. Se ha comido ocho churros de los del Señor Luis y dos buñuelos de viento, y todavía tiene abierta la piojera. ¡ Niño, a ver si no te entra la cagueta a la altura de la fuente chavisqui como el año pasado y nos das la mañana!.
bulletCalle, padre, no diga esas cosas al niño que le hace coger nervios.- Contestó la madre de la criatura.
bulletBueno, hija, no te enfades. Pero que conste que te lo advierto. Mira por ese niño que a este paso se come la enclavación de un navío.
bulletCalle, padre, calle.
bulletSi me callo, no hablo y ¡papo de Dios!. Este artillero ha salido tragón.

Con todo preparado, lavados con jabón de olor, peinados y oliendo a limpio, aparejado el ganado, la familia partió rumbo al Santuario de la Peña de Tordesillas, que se encuentra como a unos cuatro kilómetros de la localidad, extramuros de la población. Durante el trayecto, pasaron las cosas de todos los años, poco más o menos. Como el camino estaba empedrado y hacía un día septembrino de los casi veraniegos, uno de los niños no hacía más que pedir agua a cada poco, pero uno de los mayores le dio una colleja, con lo que en todo el trayecto a nadie se le ocurrió decir ni pedir más agua.

La abuela, sentada en la burra, animaba a toda la comitiva a cantar y en poco tiempo, juntándose con otros romeros que acudían al Santuario, se armó un coro de padre y muy señor mío. Todos cantaban: " Carretera de la Peña, si tú pudieras hablar, cuántos pecados mortales tendrías que confesar. Más allá cayó una burra, más allá cayó un caballo, más allá caen novio y novia y ninguno se hizo daño"

A la vista ya del Santuario, los hombres iban con la camisa blanca remangada, luciendo sus membrudos brazos ennegrecidos por el trabajo diario, los niños habían dejado de protestar porque se pararon a contemplar un lagarto, las mujeres seguían con sus cánticos y la abuela, sentada en la burra divisaba a diestra y siniestra toda la concurrencia, saludándola y preguntándola por sus cuitas.

bulletVamos niños, dejad el lagarto en paz, que aquí ya tuvimos nuestro lagarto,
bulletAbuela, cuéntanos la historia- pidió uno de los nietos.

Tras arremolinarse los chiquillos alrededor de la abuela a los que pidió llevaran cuidado con la burra, no les pisara, ésta les contó:

bulletSabed que hace muchos años, nuestra familia tenía rebaños de ovejas y junto con otros del resto del pueblo venían a pacer aquí a estos lugares a donde ahora llegamos pues eran propiedad del Ayuntamiento de Tordesillas. Los pastores, llamados veceros, estaban encargados de cuidar los ganados. Un día comenzaron a notar que los rebaños disminuían y achacaron las pérdidas a un gran lagarto que tenía amedrentado a los pastores. Nadie se atrevía a enfrentarse a ese gran saurio. En una ocasión, mientras uno de los pastorcillos cuidaba nuestros rebaños y el de los demás, apareció el lagarto. El muchacho, miedoso, corrió a esconderse de él y se metió en una oquedad de una pequeña cueva que ahí había. Allí tocó con una imagen de la Virgen que seguramente estaba escondida desde tiempos de los moros para evitar fuera profanada, y de pronto se sintió revestido de una gran fuerza. El mozalbete salió con su cayada e hizo frente al gigantesco lagarto, dándole garrotazos en la cabeza hasta que lo mató. Cuando llegó el resto de pastores y vieron lo que había pasado, sacaron la sagrada efigie de donde estaba y levantaron una pequeña ermita donde la pusieron dignamente para venerarla. Entre todos crearon y costearon después una cofradía llamada de ciudadanos y pastores para encargarse de la administración de ovejas y pastos y tener decentemente la ermita para cuantos vinieran a dicho lugar. Como las gentes y los ganados eran de la tierra de Tordesillas, a esta imagen la llamaron de la Peña y la hicieron Patrona de la Villa y Tierra. Es una imagen de devoción íntegra en las almas de todos los tordesillanos. Además en su honor se corrieron toros. Escuchadme para terminar esta poesía que me gusta recordéis:
"A ti Virgen de la Peña, florón de mi simpatía, reina tú de mis ganados, de mis trigos, de mis viñas, mozuca de mis anhelos, ay lo que yo te diría, en esta tarde de toros de amor y de romería.

Cuando acabó la abuela el relato, ya estaban prácticamente a la entrada de la gran pradera, a la sombra de los venerables olmos del lugar. Pronto encontraron un sitio cerca de una zarzamora con abundante verde donde dejaron apeadas las bestias que comían golosineando los tréboles de cuatro hojas y la comida debidamente protegida y tapada con la manta; todo en una sombra fresca y apacible. Las campanas del Santuario repiqueteaban alegres llamando a la concurrencia al oficio religioso de esa espléndida y esplendorosa mañana de septiembre. Las mujeres se aparejaron sus vestidos, cogieron las velas y siguiendo a los abuelos entraron todos en el templo donde cientos de candelicas elevaban su luz hacia la titular del lugar. Allí estaba la Virgen de la Peña. Todos se postraron ante ella y la miraron. Innumerables irisaciones de colores, desprendían las joyas de los donantes que denotaban aún más la palidez de la sagrada imagen.

Su corte de perfil la hacía más bella si cabe. De frente, su mirada era seria o al menos a mí así me lo pareció. En su palidez clavé sus ojos en ella con fe y esperanza. De reojo pude ver que toda la familia hacía lo mismo. Extraordinario recogimiento y paz interior por estar ante su presencia. Por allí, en los bancos de alrededor había gente, como Manuel del Pedroso; Pilar, de Villavieja; Valentín, de Matilla; Marcelo, de Velilla y muchos de Tordesillas de la más diversa condición social. En definitiva, ciudadanos y ciudadanas de la tierra que se prestaban a honrar a su Patrona la Virgen de la Peña.

En la grada junto al sacerdote, pero a un lado, el dulzainero, vestido con su traje de gala, bruñidas las llaves de su dulzaina que relumbraban con fuerza, y su inseparable redoblante para interpretar las piezas religiosas musicales de la misa tradicional castellana. Y es que queda mucho por hacer todavía y por descubrir, que gracias a entusiastas como el Concejo de Dulzaineros del Toro de la Vega se calma la impaciencia, pero nunca debe cerrarse el capítulo final de la historia de los dulzaineros en Valladolid ni el de las provincias vecinas. Esto sí que es hacer gala de una sacrificada y ejemplar vocación musical.

Emocionante sin igual fue oír la composición del Ofertorio, la de la Marcha Real y la excepcional Jota de procesión, a dos voces, como compusiera y tantos años interpretara Francisco San José Barranco (a) Poncela. "Al otro lado del Duero/ se alza el vetusto santuario/ de la Virgen de la Peña/patrona de Tordesillas/. De esta ciudad pintoresca/ donde con gran algazara/ por la frondosa ribera/ van en confuso tropel/llenando la carretera/ Todas las autoridades/ civiles y de la Iglesia/ niños locos de contento/ amorosas las doncellas/ y ansiando bailar los mozos/ con la rubia o la morena/ en cuanto toque una jota/ el simpático Poncela".

Una vez acabadas las ceremonias litúrgicas de misa, sermón, procesión alrededor del Santuario por el sitio común, la familia se sentó a la sombra de los olmos, con la boca seca y los pies algo cansados pero no precisaba hacer esfuerzos para estar feliz. Llegaba el momento de dar cuenta del contenido de la cesta. Los hombres trasegaban vino fresco de la damajuana y el abuelo, que era quien brindaba con más asiduidad era el que hablaba por todos, tal vez un poco alpistado por el tinto de Tordesillas, suave y frutal, fresco y aromático, persistente y redondo.

bulletEste sí que es un vino de usía.
bulletTenga cuidado, padre, no vayamos a lamentar.
bulletJoder con las lamentaciones. Hija, ¿me ves a mí que tenga lamentaciones?. Todo lo contrario. Vamos échate un vasito y verás cómo se te ponen colorados los carrillos y a lo mejor hasta le tiras un pellizco a tu marido.
bulletPadre, qué cosas dice. Ande calle. Tenga vergüenza por los niños.
bulletLos niños, los niños. Esos están ya de vuelta de casi todo. Con que les enseñarais a querer un poco más lo suyo y apreciar sus raíces frente a modas extranjeras que no les lleva a ninguna parte, tendríais bastante.
bullet¡Qué cosas dice, padre!. Ande coma.

Acto seguido, aparecieron en la improvisada mesa tres ristres de longaniza casera que daba auténtica envidia, especialmente a la hora que era, un queso de oveja curado en la alacena de la casa y las hogazas de pan lechuguino de trigo y una gran fuente con una ensalada excepcional: tomate, lechuga, pimientos, cebolla, todo revuelto, y en el medio, dos tortillas casi del tamaño de la camilla de casa, o al menos a mí así me pareció.

Todos saciaron su apetito, incluso alguno que pasó por nuestro lado al que la abuela invitaba a probar un bocado, alabó por encima de todo la textura de la tortilla y el sainete picantillo de la longaniza.

Tras comer y beber, hasta la abuela se tiró dos lingotazos de categoría, todavía sobró para el regreso. La damajuana, entre pitos y flautas, había quedado casi temblando.

La jornada transcurrió presto, entre juegos y baile. A punto de caer la tarde, a una indicación de la abuela, los hombres comparecieron en el lugar, aparejaron las cabalgaduras, se despidieron de la Dueña del Santuario fervorosamente y emprendieron el camino de regreso. Esta vez los cánticos eran un pelín más subidos de tono. Uno de ellos decía: "En el pueblo Tordesillas ha puesto un bando el alcalde con un letrero que dice marica y el que no baile y el que no baile es un maricón"

Y más adelante: "Y apaga luz Mari Luz, apaga luz, que yo no puedo vivir con tanta luz. Los borrachos en el cementerio, juegan al mus". Y si no se la quitan bailando/ los dolores a la tabernera/ y si no se la quitan bailando/ déjala que se joda y se muera".

-¡Bueno!, ojito con las palabras- recriminaba la abuela y la cosa ya no pasaba a mayores.

Ya a la vista del puente cantaba:

El puente de Tordesillas, hermosa joya de antigüedad. Se ha venido a hundir próximas pascuas de navidad. Vente niña al palacio, verás el río cómo ha crecido, asómate a las verjas verás el ojo del puente hundido. Menos mal que por la carretera se puede pasar. Ya se ven los autos subir y bajar y pasar corriendo con velocidad. Ese día que el puente se hundió a los hombres oímos decir: los romanos hicieron el puente, tan hermoso y fuerte se ha venido a hundir".

Y mirando el soberbio mirador del pueblo reflejado en el río cantaba con más pasión:

"Es Tordesillas la villa bonita y flamante. Tiene comodidades de una ciudad grande, tiene comercios muy buenos de mucha importancia, juzgao de primera instancia, cables de electricidad. Hay en este pueblo chicas muy bonitas, con tres boticas y tres cafés. Buenas afueras y buenos paseos con el río Duero al pie. Tiene el pueblo unas afueras que es una preciosidad. Aquel que las reconoce no se cansa de mirar.

¡Olé, olé, que viva España!; ¡olé, olé, que viva el rey!. Olé, que vamos al pueblo con muchísimo placer. Vamos ya, vamos ya, con Poncela a la plaza a bailar".

 

II

Cansados, pero contentos, llegamos a nuestra casa y después de un sueño reparador, el vago recuerdo me trae el gran acontecimiento taurino que iba a celebrarse a las primeras horas de la mañana del martes. Según los mayores, la noche anterior la habían pasado con bailes, luminarias y músicas en participación popular sin igual. Ese martes, tradicional día de mercado en la villa desde tiempos del rey Enrique IV que concedió el privilegio del mercado franco, era el día elegido por el Ayuntamiento para obsequiar con la suelta de un toro, hermoso, con arrobas y pitones, en un espectáculo singular que se desarrollaba prácticamente a la vista del gentío y donde un valiente lancero, el guardián de la tradición, intentaría darle muerte cara a cara, de poder a poder.

El anunciado festejo del Toro de la Vega es una tradición taurina sin igual que existe en la Villa de Tordesillas y que perpetúa la esencia más profunda de la raíz tordesillana. El asunto en sí es un enfrentamiento entre un hombre y una res, ésta con sus defensas naturales intactas y aquél con la que le proporciona su lanza astillada en el marco incomparable de la vega del Duero.

Todos los años, al llegar el siguiente martes después de la Natividad de Nuestra Señora, todo gira alrededor del Toro, animal totémico por excelencia, noble, bravo y encastado, hecho para acometer. Los límites del palenque están debidamente señalizados y cualquiera de los que participa en la lidia sabe que sólo puede hacerlo a pie o a caballo, sin ningún ingenio mecánico o defensivo que merme las ventajas del toro, al que también se le confiere el nombre de torneante. Si el animal alcanzara el límite del campo señalado, será declarado vencedor del torneo. Si por el contrario es el lancero quien propina en buena liz, a pecho descubierto, la lanzada mortal, éste será el vencedor, teniendo derecho a que la dulzaina de los Concejos Castellanos toque en su honor y por su gesta.

Pero tras haber recordado en esencia qué es el Toro Vega para Tordesillas y su profundo significado, bueno será hacer mención al que se corrió aquel día de septiembre de 1918 y que produjo una notable alteración en el pueblo por su memorable actuación.

 

-¡Vamos, vamos, arriba!- oí decir con cierta excitación a mi abuelo -. ¡Arriba todo el mundo que nos vamos al Palacio para ver el Toro.

Como si de un resorte se tratara, todos nosotros, los primos, las mujeres y los demás ya estábamos a los pocos minutos preparados, dando cuenta del chocolate con churros y buñuelos y en disposición de revista para salir toda la familia al lugar.

-No metas tanta prisa a los chicos, hombre, que se atragantan - decía la abuela -.

-¡Si hubieras visto, mujer, qué animal han metido para Toro Vega en el encierro de esta mañana... ¡Vaya velas!. Tiene un morrillo como una pelota de los chicos. ¡ A ver si Fernando Merino que viene esta tarde a Tordesillas a torear por lo fino es capaz de clavarle las banderillas de fuego!.

Mientras tanto, todos nosotros en silencio y sin perder un ápice, escuchábamos embobados lo que decía el abuelo, en tanto rechupeteábamos con fruición los churros que con tanto cariño hacía el señor Luis el sastre churrero.

 

Tras recoger los cacharros, salimos todos en comandita hacia el sitio llamado del Palacio, al lado de las verjas desde donde se contemplaba en todo su esplendor la formidable mañana de septiembre que la naturaleza había deparado. Tras estar colocados en un sitio perfecto, pues aún era algo pronto para la hora a propósito de la suelta, el abuelo dijo si alguien quería ir con él a ver al toro en la Plaza y luego, dando un rodeo por una de las calle adyacentes llegar al lugar.

-Abuelo, yo quiero ir contigo a verlo en la plaza.-dije.

-Venga vamos- añadió.

-Ten cuidado con el chico. No tengamos que lamentar, dijo la abuela.

-No te preocupes, que el chico está mejor conmigo que ahí donde estáis vosotras, que en cuanto os descuidáis, se mete por entre las verjas a coger nidos de grajetas y ni os enteráis. ¡Vamos, al tablao!- conminó.

Yo seguí al abuelo con fe ciega y llegamos a la plaza que estaba plagada de gente. Nos subimos a un tablado colindante al café Minayo, donde daba la sombra y en uno de los palos permanecimos sentados viendo, oyendo y oliendo el momento que se acercaba.

Había un rún rún cada vez más fuerte de murmullos y vimos a dos alguaciles que procedían a cerrar las puertas de las bocacalles de la Plaza. Una plaza cuadrada, con cuatro puertas, por una de las cuales, la que estaba debajo del Ayuntamiento sería soltado el toro hacia le vega, aunque lo detendrían unos minutos en el callejón formado en la calle de San Antolín para dar tiempo a que las personas que quisieran, se acercaran al Palacio.

A los pocos instantes no quedaba nadie en el ruedo. Sólo un par de hombres que vestían de corto, con camisa blanca y tirantes.

- Esos son los banderilleros- me dijo el abuelo. El más alto es Félix Merino. Fíjate bien cuando ponga las banderillas al toro.

De pronto, un clarín rasgó el aire. Era la señal para que saliera el toro del toril.

bullet¡Qué bicharraco!- dije. Es más grande que el macho de casa.

Efectivamente, el cornúpeta había salido por pies azuzado por la pica del torilero y ya correteaba por la plaza, sembrando el pánico entre los torerillos, produciéndoles sudores y palidez que se notaban demasiado. El clamor de la gente ayudaba aún más a que el esfuerzo pareciera más grande.

De improviso, y tras instrumentar con un capote unos pases al toro, del que decía mi abuelo se colaba por el lado izquierdo, prepararon unas banderillas con papelillos rojos, negros y azules. Mientras el banderillero iba hacia el toro, un compañero de aquél le prendió la mecha con un cigarro. El torerillo cuadró como pudo en la cara y clavó las dos banderillas bastante cerca de lo alto del morrillo. El toro persiguió al torero que se vio obligado a refugiarse en un burladero, pero el animal derrotó con fuerza y casi lo levanta en vilo.

En ese instante, las banderillas explotaron en el animal que empezó a dar botes tremendos. Parecía como si quisiera llegar a los balcones. ¡Qué brincos!. A ello se unía un olorcillo a carne chamuscada...

bulletVamos- dijo mi abuelo- vámonos al Palacio.

Bajamos deprisa del tablado por una pequeña abertura y corrimos dando la vuelta por la calleja del Corpus hasta llegar al mirador donde estaba el resto de la familia.

bullet¿Qué tal?- preguntó la abuela.
bullet¡Impresionante. Es un torazo, y con las banderillas le han cabreado bastante. Tendrán que tener cuidado, pues seguro que sale rabioso.
bullet¡Ya, ya , ya viene!- gritaban los que estaban en los paredones, a ambos lados de la calle.

El toro pasó majestuoso por nuestro lado, con las banderillas puestas, con hilillos de sangre medio seca corriéndole por todo su lomo. Al llegar al Empedrado fue citado por una mujer con un mandil y el toro se revolvió, realizando la subida de nuevo hacia las talanqueras que cortaban el acceso al palacio. Allí llamado por los atalancados, el toro embistió con fuerza los palos logrando tirar uno de ellos. La gente corrió despavorida y desabrigó el lugar, mientras el toro seguía cabezeando y derribando más palos. Así hasta que vio un hueco y consiguió meterse para llegar con su trote al Palacio. Todo el Palacio estaba llenito de personal y no cogió a nadie. Llegó a olisquear a un niño al que su madre había metido debajo de un banco. Un silencio sepulcral se hizo en todo el recinto. Era tal que la respiración del animal se oía desde donde nosotros estábamos. Vimos cómo a un señor que se encontraba inválido quedó entre paréntesis del toro, sin que le corneara. De inmediato, huyó hacia el convento de Santa Clara por la fuente del Zapatero y la boca León, lugar donde me dijeron iban a fumar los primeros cigarrillos de anís los chicos que hacían pintos de la escuela.

¡Vaya animal imponente!.

Al llegar al pago conocido como del Tejar, el toro se metió en el río, pero no se atrevió a salir porque los de las lanzas lo estaban esperando ya en la otra orilla. Da media vuelta y se planta en el medio del río. Un grupo de lanceros se acerca en un barco al sitio en donde estaba el toro. Uno de ellos pica con su lanza al toro, el cual, al sentir el hierro, arremete contra la barca, echando a pique el barco.

Era digno de ver: gentes a ambos lados de la orilla y el toro casi en el medio del agua...

Por allí aparecieron también tres guardas del campo, armados con tercerola, los cuales disparan por tres veces al animal sin conseguir acertar, pues estaban algo alterados según decían ellos mismos.

Se conoce que los disparos, el naufragio y la alteración de gentes, produjeron que el toro saliera hacia la orilla, donde en tierra firme un muchacho intentó alancearlo y al hacer el toro hilo tras él, le ha obligado a lanzarse al agua. En ese instante, otro lancero llamado "Rincones" entra al toro en corto y por derecho, consiguiendo propinarle una buena lanzada, pero el animal se revuelve hacia él y lo manda por el aire, aunque sólo un varetazo sin cornada ninguna, según supimos después.

Otro lancero que allí estaba, llamado "Rorro" fue el que salvó la vida a "Rincones". Cuando el toro iba a cebarse en él, tras lanzarlo al aire, Rorro clavó su lanza profundamente en el brazuelo izquierdo, a ley, de poder a poder, cayendo muerto el animal casi instantáneamente.

La verdad que fue un toro de la vega muerto en el pago del Tejar, justo donde Juan Merinero López tenía su horno de teja y ladrillo de enladrillar y en cuya caseta más de uno curó sus heridas con unas hilas de lino y aceite. De ese toro se dijo: "Una fiera tan ilustre nunca la hemos conocido, supo cazar y pescar y tirar la barca al río".

Jesús López Garañeda.

 

 

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