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Poesías del Toro de la Vega:

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En esta sección literaria aparecen poemas de autores más o menos consagrados en el arte de la medida, el ritmo y la rima que han dedicado sus versos al Toro de la Vega.

Nuestro Toro de la Vega que rumia estrellas en los campos celestiales también tiene personas que le han dedicado su mejor favor : Servir de nexo protagonista entre el ayer y el hoy, el hoy y el mañana con el corazón de un poema.

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ROMANCE DEL TORO VEGA

Poema compuesto en 1956  Por Antonio María Stolle Cerezal

I

Tordesillas tiene un toro
que de la vega se llama,
porque se mata en la vega
de la estepa castellana.

Un Martes entre los martes,
el toro sale a la plaza
los gritos se hacen silencio,
los nervios rompen su calma.

¡Ay torito de la Vega
que embistes con tanta saña
que tienes juncos por patas
y por cuernos espadañas!.

¡Ay torerito valiente,
que pones tu vida en juego
al poner por banderillas
los rehiletes de fuego!.

Ocho palos de colores
sobre el morrillo se alzaban,
ocho goteras de sangre
hasta el suelo resbalaban.

Abiertas están las puertas
que forman empalizadas
el toro corre a la calle
tirando al aire cornadas.

Sobre los ojos romanos
del puente que hace calzada
galopa el toro buscando
querencias de su manada.

II

Allá en el Cristo le esperan
caballos y caballeros,
llevando en su grupa hombres
que han querido ser lanceros

Galopan bajo la olma
caminito del vivero
y el toro se oculta en pinos
de pinares piñoneros.

Rajan ijares jinetes,
que empolva todo el sendero
hasta anillar en la vega
al torito traicionero.

En un palenque de carne
sin capas ni burladeros
que defiendan de la muerte
al atrevido lancero.

III

Sobre un canchal de juncales
Con fondo de pimpollada
Se ve la negra silueta
Cual figura recortada,
Del lancero y de la bestia
Que sólo con la mirada
Se contemplan retadores
Dentro de la cabalada.

El toro yergue la testa
Con las velas enveladas
Como dos alfanjes moros
Con las hojas encorvadas.

Mira que te mira al hombre
Con odios en la mirada
Buscando el bulto de carne
Donde va a dar la cornada.

El hombre, músculo y bronce,
con rodilla arrodillada
espera el lance tranquilo
con su lanza prepara.

IV

Todo es quietud y parece
como si por un momento
se parara, fulminante
el reloj que marca el tiempo.

Se rompe al fin el silencio
al ¡¡eh!!, que como un lamento
llega a los pechos de todos
y a todos deja suspensos.

Y como una tromba marina
como un alud que cayendo
trotando cuesta abajo
todo lo va destruyendo.

Así se lanza la fiera,
cargando, cual regimiento
que se lanzara a la lucha
en un ataque cruento.

El hombre aguanta la carga
de siete yerbas paciendo
y treinta arrobas de peso
en funesto movimiento.

En ristre baja la lanza
Y el toro solo en su intento
De embestirle, se la clava
Y el hombre sale corriendo.

¡Corre!, que corriendo corres
menos riesgo de ser muerto,
por el puñal que te sigue
puesto en la punta del cuerno.

Y si la lanza se quiebra,
quiebra tu cuerpo con tiento,
y dale media verónica
con la franela del viento.

V

Y se da el caso curioso
de que en la salvaje brega
de este toro y del lancero,
nunca un hombre pereciera,
y es que al creer lo que dicen
las consejas de las viejas
cuando el hombre es perseguido
por las astas de la fiera
y las puntas de sus cuernos
rozan su carne morena,
la Virgencita querida,
guía de la Villa y tierra,
la de los ojos azules
y la piel color canela
hace del manto un capote,
capotillo de oro y seda,
y poniéndole delante
de las puntiagudas velas
cita al toro, y engañado
por la divina franela
hace el quite de la muerte;
y como es la Virgen peñera,
se adorna con chicuelinas
rematando en gaoneras.