¿Quién no ha ido a correr los toros el día de Nuestra Señora de
Agosto?. Ese día el eco lleva las ondas de cohetería, dulzaina y
encierro de un extremo al otro de Castilla. Ese día de caravanas
toreras, vermús gloriosos, soles afilados, cuartos de limonada y
encuentros con quien no esperabas ver, ha contribuido y contribuye a
estructurar nuestra manera de ser al centrifugarnos por villas y
lugares para celebrar el ceremonial de correr al toro; más si cabe
en estos tiempos de despertar, cuando tenemos que quitarnos de
encima los dos años de modorra y tresillo que el covid nos ha
regalado y neutralizar su principal efecto secundario: La
indolencia.
Hora de volver a meterse en charcos buscando
esas inmaterialidades que son el verdadero alimento del ánima. Hoy y
mañana, Glorioso San Roque, es posible elegir paraje donde acudir
tras estos bienes; por ejemplo, Pollos, una buena villa orillas del
Duero que siempre ha servido género fino y este año, finísimo; por
lo menos eso decía radio macuto, uno de cuyos elementos aseguraba en
la Plaza Mayor de Tordesillas que aprovechando la abundancia de
ganado cinqueño, algún ahorrillo y la vehemencia torera de su
ilustrísimo ayuntamiento, habían agenciado una torada de
Valdefresno… “ .. que ya, ya!”; lo que resumidamente quería
decir: Bicharracos habemus.
Así las cosas salió un buen día de Agosto, sin esos calores que
arrastramos desde vísperas de San Juan y que junto a la helada de
primeros de mayo y la sequía absoluta tienen destruido el campo: Era
posible estar al sol del mediodía sin más socorro que un sombrero.
Cuando explosionó el cohete y abrieron portones
salió el primer toro. Radio macuto tenía razón. Apareció furibundo,
raudo, rematador en tablas, bien aplomado, lucido por bien comido y
cornalón; bicharraco que despertó la
admiración (y el temor) de la plaza.
- Esto es mucho
para un pueblo.
Dijo
una voz, para responderle otra.
- Pues espabilad
en Tordesillas.
Iba a todo barriendo lo que le enseñaban por
las troneras de talanquera, desplazando al aire que cortaban como
gavilán los 500 kilos largos de negro zaíno y resoplando a golpes
carrera arriba. Un toro que pedía a los corredores tomar
prevenciones; a los de vanguardia, dejar prudente distancia capaz de
absorber los arreones que de vez en cuando pegaba; a los de los
flancos, los cambios de dirección y frenadas; y a los de
retaguardia, los giros sorpresivos de 180º.
Ya bajando conservaba todo su poder de
aceleración desarrollando hermosa carrera llena de tensión, dado que
la gente no corría a lo loco, sino
resolviendo cada problema de los que planteaba el toro con buena
orden, sin empujones, abriendo claros para avanzar hacia la plaza y
citando si se detenía en talanqueras.
No exageraba el locutor macutense: Toros hechos
del 7, Atanasios/Lisardos de los buenos, nada de barreduras de
corrales; toros para atalancados recios,
corredores lobunos y toreros de cuerpo o trapo con más polvo en las
zapatillas que Santa Teresa de Jesús; vamos, una función de las que
se recuerdan.
El segundo toro y el tercero, un hermoso “urraco”, funcionaron igual
que su hermano.
En resumen hubo toro serio, entero y de calidad; calidad esencial
para convertir el regocijo en ceremonia y lucir la función.
Tras encerrar a los tres toros se procedió a capear otro par de
animales hermanos de los del encierro.
El primero posiblemente se hubiera corrido el día
anterior, porque no tenía la viveza de sus hermanos; reservón,
avanzando al paso, estaba entero pero no se empleaba así que no se
le podía torear de cuerpo y como se lo pensaba antes de entrar al
trapo, tampoco parecía de razón lidiar el peligro negro astracanado.
Fue encerrado sin recibir un pase.
El segundo era nuevo, aleonado y astracanado, enseñando
sus genes Lisardos; todo alegría arrancaba astillas de las tablas y
para calificarle baste decir que tres veces puesto en tablas, tres
veces se arrancó al cite del trapo que se le hacía desde el centro
de la plaza y tras veces se levantó la plaza premiando los tres
buenos pases, excelente el primero afarolado.
Verdejo en mano siguió el vermú por los cuartos donde refrescaba la
afición: todo eran lenguas y parabienes congratulándose por el
magnífico encierro celebrado.